La industria yerbatera atraviesa una etapa de redefinición. Víctor Saguier, presidente de la Cámara de Molineros de Yerba Mate de Zona Productora (CMYMZP), sostuvo que el cambio de reglas impulsado por el gobierno nacional a través del DNU que limitó las funciones del INYM era necesario. “Durante 20 años se premió la ineficiencia”, afirmó con contundencia.

Saguier representa a las empresas integradas, aquellas que tienen plantaciones y manejan toda la cadena de producción hasta la góndola. Desde esa perspectiva, considera que la intervención estatal distorsionó el mercado al fijar precios mínimos sin relación con la productividad. “La industria quedó atrapada entre el precio obligatorio que debía pagar y la imposibilidad de trasladarlo al consumidor por los controles”, explicó.

A pesar de que no todos los miembros de la Cámara comparten su visión, existe un consenso creciente sobre el agotamiento del modelo anterior. El nuevo escenario, aseguró, exige eficiencia, innovación y diversificación por parte de los productores. “El productor que no sea eficiente va a tener que reconvertirse”, sentenció.

Hacia un nuevo modelo productivo

Un paralelo al reordenamiento institucional, la actividad atraviesa una coyuntura difícil. Sequías moderadas, conflictos gremiales y precios bajos marcaron el inicio de la zafra. En zonas del sur de Misiones y norte de Corrientes, los yerbales rindieron menos, y los reclamos por el precio de la hoja verde volvieron a tensionar la cadena.

Los productores sostienen que el precio pagado —en torno a los 200 pesos por kilo, a plazos de 3 a 4 meses— no cubre los costos, estimados en unos 360 pesos. En ese contexto, reclaman un precio justo de al menos 500 pesos. Pero Saguier insiste en que la industria no fija el valor: “El consumidor es quien lo determina”.

El industrial defendió además la necesidad de tecnificar y modernizar las chacras. “Hay quienes producen 4.800 kilos por hectárea y otros que llegan a 20.000 con genética y manejo adecuados. Es lógico que los menos eficientes tengan dificultades”, argumentó. Según su visión, la salida es reconvertirse, diversificar ingresos y abandonar la dependencia exclusiva de la yerba mate.

Sobre el temor a una concentración de tierras, negó que las grandes empresas estén avanzando sobre los pequeños productores. “No hay una lógica que respalde esa hipótesis. Muchos industriales están vendiendo sus chacras para enfocarse en lo que saben hacer mejor: procesar”, afirmó.

Saguier desestimó también que la industria busque integrar verticalmente la producción. “Plantar una hectárea cuesta 2.000 dólares y rinde recién después de cinco años. ¿Qué empresa va a inmovilizar tanto capital cuando puede comprar yerba en el mercado?”, se preguntó.

En su visión, el nuevo modelo será más competitivo y dinámico, pero también más exigente. “El que no se adapta, queda afuera. Hay que cambiar la cultura productiva”, dijo, apelando a la diversificación como una estrategia clave para los colonos. “Algunos ya lo hacen: combinan yerba con forestación, ganado o frutas tropicales”, ejemplificó.

Casi al final, Saguier volvió al punto central de su planteo: “En el INYM estaban representados todos menos el consumidor. Y ese es el que decide si compra o no tu yerba. Si no convalida el precio, no hay regulación que lo salve”. Una frase que repite como un mantra y que refleja el giro radical que atraviesa la actividad yerbatera.